EL RECORRIDO VITAL DE LAS INFUSIONES

La cultura no es sólo humana. Son los demás reinos quienes que posibilitan nuestra vida: el refugio, alimento, medicina, condiciones climáticas, el ir y venir del agua. Tristemente, al abrir la ventana, vemos generaciones criadas sobre una plataforma de cemento, en un ciego intento de “valernos por nosotros mismos”, supongo. Desde ahí, buscamos las soluciones más sofisticadas a problemas que desaparecen con tan sólo pisar descalzo el colchón vegetal del bosque. Pero hay cuerdas de vida que siempre hemos cuidado y que mantienen vivo nuestro vínculo con la naturaleza: las infusiones, esas aguas teñidas de plantas.

Desde que aprendimos a manejar el fuego, es probable que las infusiones nos acompañen. Incluso antes, a través del agua impregnada por hierbas acuáticas y habitada por algas y microalgas, ya vivíamos en esa interacción sutil. O simplemente por las hojas y frutos que siempre masticamos, para estimularnos o alimentarnos. Los fitonutrientes, los principios activos, los minerales y la energía vital de ciertas plantas, han acompañado a nuestra especie en su viaje evolutivo.

Son muchas las culturas que dentro de sus tradiciones conservan, a través de los milenios, prácticas que incluyen el consumo diario de infusiones y decocciones. Digo prácticas, porque tomar un té, un mate, un café, un chai, una infusión de cualquier tipo, supera en mucho el consumo de la sustancia. Es un hábito diario, un sabor y olor propio de la rutina de vida en cada cultura, de casa familia, de cada hogar. Una instancia social importante, y en muchos casos, un acompañante en la soledad introspectiva. Las infusiones las hacen todas.

Como crecí entre altos muros de cemento, en mi infancia y adolescencia carecí de ciertos estímulos, entre ellos los de las infusiones. Pero siempre hay tantas ausencias como presencias. Dentro de esos muros había un jardín paradisíaco donde pasé miles de horas en mis solitarios juegos, alimentando mi imaginación entre los árboles y la tierra. Pasaron años para que el internet y después los libros (sí, en ese orden) me bombardearan con estímulos intelectuales de otro tipo, y mis uñas se volvieran libres de tierra por años.

Fue a fines de mi adolescencia, habiendo ya emigrado de mi nido original, que la primera infusión llegó a mis manos. A un costado del río Lonquimay, en casa de Don Moises, campesino de tomo y lomo, de los que nacen, viven y mueren en el mismo rancho, comiendo lo que sería mi último asado. Era un chivo al palo. Lo acompañaba alguna bebida de fantasía. Pero lo que marcó esa tarde para mí fue la infusión de poleo de la mujer de la casa, la hermana de Don Moises.

Entre la novedad, los aromas, la sorpresa, el ambiente rural a mis ojos del todo sorprendente, esa taza marcó el inicio de una gran  pasión en mi vida. Por ese mismo tiempo comencé a matear. Esos primeros mates tenían un toque (a veces un exceso) de poleo y la impronta de las inocentes primeras conversaciones existenciales de mi vida. Desde entonces, el amargo y complejo sabor del mate, solo o acompañado, no ha hecho más que llenarse de tonos íntimos. Pero es muy raro que tome un mate a lo porteño, es decir, con pura yerba mate. Siempre lo acompaño con igual cantidad de otras hierbas. Y esa es en realidad la historia que quiero contar.

Por falta de efectivo o por una inspiración poética, en mis primeros años de adepto a las infusiones, siempre preferí recolectar mis hierbas antes que comprarlas. Tardé años en descubrir que a un kilómetro, sólo uno, de donde vivía, hay todavía un exuberante bosque esclerófilo, así que antes de eso, viajaba más de 20 kilómetros al “Nido de cóndores”, unas 3 horas entre la locomoción y la caminata desde donde vivía, para ir a recolectar, en esos paisajes “de postal”, mis tres primeras compañeras de mateadas: hojas de boldo, de salvia blanca y a la estrella de la naturopatía: la yerba de la plata.

Primero recogía para mí. Luego descubrí el placer de recolectar para mis amistades. Primero recogía mucha cantidad, luego aprendí a moderarme, en un ejercicio de humildad y respeto al bosque, por un lado, y en un intento de obligarme a volver más seguido a la naturaleza salvaje, por otro.

Una infusión no es una taza con agua y hierbas, solamente. Es todo esto que intento decir. Es el deseo de la yerba, es el descubrimiento de un manto de platero, de un rincón de boldos, de una ladera llena de salvia. Es el viaje de ida y de retorno a casa, es el tiempo de contemplación antes, durante y después[1], son todas esas experiencias vitales las que hacen que un mate con yerbas pueda ser un momento expansivo, de conexión con la naturaleza y con la identidad que quiero formar, y a veces, de riego a las relaciones que quiero que prosperen.

Después de este recorrido, ¿podrás escuchar con la liviandad de siempre el “tómese un tecito mijita”? ¿Será que te contagié un poco de la solemnidad, de la entereza de las plantas, esas plantas reales que luchan por brotar, crecer y sobrevivir en su medioambiente, y que a veces llegan a nuestras manos, a nuestras tazas, a nuestros mates, luego de largos recorridos? Quizás te querrás enterar del recorrido que hace el yerbatero al que le compras tus hierbas, o quizás te animes a ir a por ellas tú misma.

En la vida rutinariamente agitada que nos hemos creado, frente a la cual nuestros cuerpos y mentes se agotan y debilitan, podemos pedir una mano al platero, a l lavanda,  al romero, a quien sea. No sólo a sus sustancias materiales, no sólo a su energía vital, si no que junto con ello, a la historia que podemos construir para alcanzarlas, a la experiencia que significa traerlas hasta tus manos. Eso tiene su propio valor.

Reconocer el camino que la naturaleza toma hasta llegar a nuestra consciencia y nuestras manos, en una u otra de sus formas, es una cuerda vital en los tiempos de la vida instantánea, una cuerda hacia el ritmo original de la vida, un ritmo que sin ser quietud, si no movimiento lento, constante y expansivo, puede reponernos y ayudarnos a estar más atentos y más conscientes de nuestros propios pasos.


[1]  Eso que llaman “savoring” en psicología positiva.

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