Estamos transitando un tiempo sin precedentes, en el que nuestras emociones imploran por estabilidad, mientras divagan en la incertidumbre. Durante esta pandemia, para bien o para mal, somos tironeados por las decisiones de otros, lo cual, tengamos la posición que tengamos, genera ansiedad y miedo.
La ansiedad es una sensación corporal sin una causa determinada que nos pone intranquilos. Muchas veces adivinamos “qué nos está pasando” , pero aunque identifiquemos los factores que nos influyen negativamente, frecuentemente no es suficiente para calmarla. Pareciera que a nuestro cuerpo no le bastan las respuestas racionales.
En general vivimos en un estado en que la ansiedad, junto con alimentarse a sí misma, activa las alarmas del estrés. Pareciera que estamos siendo acechados por un peligro invisible, como si un animal salvaje se acercara y lo pudiéramos oler, sin saber de dónde viene ni cómo escapar o protegernos.
Este ejemplo no es ingenuo: nuestro cerebro ha evolucionado para lograr defenderse de peligros físicos, no de cuántos likes tienes o no tienes en tus redes sociales, o de si alguien dijo algo malo de ti. Nada de eso. Sin embargo, las reacciones emocionales ocurren, en ambos casos, con la misma maquinaria, por decirlo de alguna manera, y eso es inconveniente, ¿cierto?
Hay ocasiones en que la ansiedad es útil (por algo existe), pues activa nuestras alarmas frente a la percepción de un riesgo. Pero hay muchas otras circunstancias –que habrás vivido- en que objetivamente “todo está bien”, y aun así no estamos tranquilos ni nos sentimos seguros. En esos momentos, estaremos ante el desafío de apagar las alarmas, explicarle a tu cuerpo que todo está bien, calmar la respuesta fisiológica del estrés.
¿Cómo podemos lograr eso? Hay muchos caminos, y uno, muy útil de aprender, es aprender técnicas de meditación. Dependiendo del caso, debemos además aprender a revisar nuestras creencias, fortalecer nuestras relaciones interpersonales y construir rutinas saludables.
Ahora, enfoquémonos en la dimensión individual de la meditación.
Desde una mirada muy simple, la meditación es un entrenamiento atencional. O, más bien, digamos que incluye la habilidad de re-orientar tu atención y tus percepciones. Existe una amplia variedad de técnicas, cada una con distintos propósitos.
Aclaremos aquí que la meditación recién comienza con este entrenamiento. Se trata de mucho más, y tiene propósitos más profundos que tienen que ver con la construcción de una identidad desde una perspectiva espiritual, cuestión que se conecta con la ansiedad, en un sentido existencial. Pero ese aspecto lo trataremos en otro momento.
En cuanto a la atención, entendámosla como la capacidad de orientar nuestros pensamientos y percepciones hacia determinados estímulos o sensaciones. Esto lo hacemos todo el tiempo, por ejemplo, cuando atendemos a una cosa y otra, pero pocas veces lo hacemos verdaderamente a voluntad. En general, los estímulos externos roban nuestra atención sin nuestro consentimiento, o bien nos entregamos al flujo de imágenes y sonidos de una televisión, un computador, una Tablet, la radio o un smartphone.
El ejercicio de la meditación es en cierto sentido lo opuesto a dejarse llevar por tu Smartphone, por varios motivos. Uno de ellos es que el estímulo de las pantallas te deja en una actitud pasiva y receptiva frente a un estímulo externo. La meditación, en cambio, es un ejercicio de selección activa de estímulos internos. En la práctica volcamos nuestras percepciones hacia nosotros mismos, hacia nuestro cuerpo, pensamientos y emociones.
La meditación el cultivo del interés por el momento presente, por la aceptación incondicional del “aquí y ahora” de tu propio organismo.
Otro aspecto en que la meditación se diferencia de la actitud de sumergirnos en las pantallas es la clase de estímulos a los que damos importancia y lo que generan en nosotros.
Tenemos muy poca influencia sobre lo que aparece repentinamente en una u otra red social y, en general, los anuncios que nos muestran están diseñados para generar la ansiedad que deberás calmar consumiendo de alguna manera. En la meditación, en cambio, elegimos previamente a qué pondremos atención, y aquello que elegimos, está libre de ansiedad, de preocupaciones y de estrés.
¿Qué es eso que está libre de ansiedad, de preocupaciones y de estrés? Es simple: la sensación que genera el aire cuando entra y sale por la nariz, la oscuridad de tus párpados cerrados, una postura cómoda, los latidos de tu corazón. Tu cuerpo tiene dentro de sí la tranquilidad que siempre buscas fuera.
A estos puntos de referencia se le agregan luego más pasos, que involucran la imaginación. En pocas palabras, pensamientos positivos que generen emociones positivas. Es, realmente, muy simple. Lo que no es simple es practicarlo con compromiso y dedicación, a diario. Eso nos cuesta, pero una vez que lo logras, tu vida puede cambiar para siempre y para bien.
Ahora bien, si ya lo has intentado, me dirás que no es tan fácil como lo describo. Y tienes toda la razón: no lo es. El aprendizaje de la meditación exige lo mismo que cualquier aprendizaje: perseverancia, tolerancia a la frustración, motivación para re-comenzar constantemente, ojalá la construcción de vínculos con otros que también lo practiquen para compartir experiencias, y ojalá también que entre esos otros haya algunos más hábiles en esto, para aprender de ellos.
Dicho lo anterior, se vuelve evidente el beneficio de la meditación respecto a la ansiedad: cuando nos concentramos en la respiración con una actitud de completa aceptación, nuestra respiración se hace más profunda, nuestro ritmo cardíaco disminuye, a veces incluso nos da sueño, porque calmamos al cuerpo.
Cuando practicamos diariamente, acostumbramos al cuerpo a estar sereno y libre de ansiedad.
Después, cuando estás ansioso, tienes la certeza de que será pasajero, porque sabes que “tu hogar”, libre de preocupaciones y temores, te está esperando.
No quiero terminar este pequeño relato, sin decir que la meditación es muchas cosas, pero no es evasión. Todo lo contrario: desde la quietud interior, se tiene más coraje para enfrentar las dificultades y los conflictos que desde la ansiedad. Y quiero ser insistente: tienes que estar acostumbrado a volver una y otra vez a la calma, para lograr regresar en esos momentos críticos cuando todo se viene abajo. La meditación no escapa de las emociones, al contrario, las acepta y deja que sigan su curso natural, para que sirvan a su propósito.
Habiendo tanto más que agregar, quedémonos, por el momento, con que si integras esta práctica a tu vida, tendrás un alivio a la incertidumbre de estos tiempos, pues la oscuridad de tus párpados es siempre la misma.
Esa calma está ahí, pero debemos descubrirla, valorarla y urdir puentes que nos lleven desde la ansiedad hacia la serenidad que nos espera.
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