NAVEGANDO HACIA TU INTERIOR

Todos hemos vivido períodos amargos donde todo se desmorona, donde las relaciones que creíamos florecerían, caen como en un otoño inesperado; períodos en que descubrimos que aquello que encendía la llama de nuestro deseo, ya no sirve de aliento a nuestra motivación; períodos en que nos sentimos atónitos y perplejos, en que hemos dejado de ser quienes somos.

En mi pubertad tenía grandes sueños. Para que te hagas una idea sin entrar en detalles, considera que incluían las Olimpíadas (sí, en serio). Todos los días regaba un jardín de intenciones alrededor de ello. Tuve incluso  la fortuna de gozar del apoyo de mi familia, mientras mi contexto social se ocupaba de reforzarme con premios y admiración. Iba todo viento en popa, como dicen, hasta que se abrió un agujero en el océano, y comenzaron a caer en cascada, un deseo tras otro. Todas las flores, todas las llamas, todo lo que yo sentía mío, se hundió en ese agujero. Toda la determinación hacia mis metas… y las metas también. Fue una pequeña muerte.

¿Qué quedó después de tamaño naufragio?  Eso que llaman adolescencia, llegó a mi vida con las peores noticias, o al menos eso parecía en principio. Sin ánimos, sin ganas, siguiendo una ruta que llevaba a metas que no me atraían, rodeado de personas a las que no podía apreciar, descubriendo además, encima de todo eso, las verdades crudas del mundo adulto. Fue probablemente mi primera incursión en un estado depresivo, aunque sobre eso profundizaremos en otro momento.

Lo que quisiera que rescatemos de este pequeño relato, es la siguiente pregunta: ¿QUIÉN ERA DESPUÉS DE ESA CRISIS? Si mi manera de ser, si mis deseos, mis preferencias, mis relaciones sociales, si mi vida familiar, los lugares que frecuentaba, los juegos que me entretenían, si todo eso se esfumó, o bien se volvió gris y denostable para mí, ¿qué quedó? Tenía una personalidad, y de pronto, ya no la tenía… Daba los primeros pasos siguiendo un mapa, que por única orientación lleva la escueta pregunta:

“¿Quién soy?”

Cuento lo anterior porque quiero seguir introduciéndonos en el mundo de la meditación, y quisiera dar un paso más hacia las profundidades de la personalidad. Dije anteriormente que la meditación puede ayudar, si es practicada regularmente, a calmar la ansiedad y mejorar nuestras habilidades emocionales… Pero ¿qué hay después de la ansiedad? Si calmarla es solo la puerta de entrada a esta práctica… ¿a qué lugar entras cuando meditas?

Entras a ti mismo, a tu propia identidad. La meditación es una búsqueda de nuestra verdadera identidad, aquella que se halla más allá de la personalidad. ¿Cómo es eso?

Nacemos y desde que nacemos, incluso antes, comenzamos a adquirir características y a despertar nuestros potenciales. La discusión en ciencias sociales, ha rondado hace mucho entre qué pesa más: la genética o la cultura, lo que traes “de paquete” o lo que el ambiente imprime en ti, y si bien la meditación puede servir para afinar la percepción de nuestras tendencias y las de los demás, no es su objetivo principal.

¿Qué quiero decir entonces con que la meditación “va más allá” de la personalidad? Se trata de una idea presente en muchas tradiciones del mundo, que dice que la personalidad (ese rostro, ese cuerpo, ese nombre y familia, con todas sus historias, que en este momento tenemos) son transitorios. Comienzan a construirse al nacer y se desvanecen con la muerte. Pero también hay algo que permanece, que no muere, entre todas las muertes, entre todas las crisis, entre todos los cambios. Llamémosle, para simplificarlo, a esa esencia, la verdadera identidad. Podemos entenderlo también, como un tipo de consciencia diferente a la consciencia cotidiana.

Empecé a oler esta respuesta en esa primera gran crisis que te conté hace unos momentos.

¿Quién soy, si todo lo que creía ser, ya no lo tengo ni lo quiero? ¿Quién perdió sus deseos y sus proyectos?

¿Quién es el que observa desde la distancia, en ciertos momentos especiales, el torbellino de emociones y pensamientos que considero “míos”?  Estas preguntas, si las queremos navegar en profundidad, se responden con silencio. Un silencio que no es falta de respuestas, sino la vía para experimentar la respuesta. Es el silencio de la meditación, ese ejercicio que traspasa las barreras del pensamiento y la emoción.

Esta percepción de sentido, no llegó sola, por supuesto. Hubo situaciones, información, referentes en mi vida que me influyeron positivamente. Uno de los más importantes fue mi profesor de meditación, en conjunto al ambiente que generaba en las prácticas grupales. Curiosamente, en esas prácticas se intercambiaban muy pocas palabras. Fueron horas de un silencio contenedor que me enfrentó conmigo mismo, con mis fantasmas, con mis demonios, con mi vulnerabilidad, y con todo el camino hacia aquello que vengo insistiendo: hacia la calma y hacia mi verdadera identidad.

Cuando practicas con la perseverancia y la actitud adecuadas,  comienzas a tener experiencias en este sentido. De pronto (sí, es repentino), comienzas a tener la vivencia de ser un observador de ti mismo. Sientes que te desplazas fuera de tu personalidad, y eres capaz de contemplarla desde un piso más arriba, luego desde dos, desde tres, y así. Esos pisos están ahí, dentro tuyo, ahora mismo.

La meditación es el arte de construir la escalera que lleva hacia las alturas de ti mismo.

Sí, ahora digo “alturas” en el mismo lugar que antes dije “profundidades”. Así es el mundo de la introspección: dos cosas aparentemente opuestas pueden significar lo mismo, porque la experiencia que quieren señalar se halla más allá del mundo material y del mundo del lenguaje.

Esto es sólo una introducción, es sólo un comentario. Intento abrirte las ventanas de mi propia biografía para traer la meditación adonde pertenece: a la vida cotidiana, a las historias comunes y corrientes, como la tuya y la mía. Necesitamos traer la idea y la práctica de la meditación a nuestro sentido común, junto a tantos otros hábitos, como la alimentación saludable, la vida físicamente activa y el buen descanso. Esto, a nivel personal. Hay tantos otros niveles que espero podamos comentar.

Re-leyéndo este escrito, tomo consciencia de que intenté llevarte más allá de la personalidad, saltándome la personalidad. La meditación no sólo explora eso. Al meditar con frecuencia, navegamos también dentro de nuestra “identidad transitoria”, de nuestra personalidad actual, con todas sus historias y sus rincones.

Es un ejercicio desafiante, pero que se vuelve más natural y calmo, cuando tenemos el ejercicio de afirmar nuestra seguridad en esa verdadera identidad y no en la identidad transitoria. Insisto con estos términos, porque deseo familiarizarte con ellos, pero cuando digo “transitoria” en ningún caso insinúo que sea inferior o menos importante, tampoco que sea enteramente independiente de “la verdadera”.

Es como con las líneas: sólo existen en los dibujos, no en la realidad.

Quedará pendiente aclarar esto.

WP Feedback

Dive straight into the feedback!
Login below and you can start commenting using your own user instantly